Internacionales
Siete muertes por cianuro y un misterio sin resolver: la trama detrás de los “crímenes del Tylenol” en Chicago

Una serie de muertes repentinas causó conmoción en Estados Unidos y desató una investigación a contrarreloj. Hubo un retiro masivo de medicamentos y varios sospechosos fueron interrogados. Más de 40 años después, la causa continúa sin culpables.
Un mensaje que se transmitía por altavoz en las calles de los suburbios de Chicago en 1982 alertó a los vecinos. “No tome Tylenol hasta nuevo aviso”, se escuchaba por los parlantes una y otra vez. La advertencia causó desconcierto, ya que era uno de los medicamentos más comunes para tratar la fiebre o el dolor muscular.
Sin embargo, con el correr de los días, se conoció el motivo de la alerta: el 29 de septiembre de ese mismo año, cuatro personas que tuvieron síntomas similares murieron. Después, los análisis de sangre dieron positivo en la intoxicación por cianuro.
El caos se desató después, cuando se constató que las víctimas habían consumido cápsulas de Tylenol. Por eso, las empresas productoras -McNeil Consumer Products y Johnson & Johnson- retiraron el producto del mercado. Pero, antes de ello, otras tres personas murieron en circunstancias parecidas.
Siete muertes
En la mañana del 29 de septiembre, Mary Kellerman, una nena de 12 años de Illinois, les dijo a sus padres que se sentía mal y que no quería ir a la escuela. Poco después de tomar una cápsula de Tylenol para aliviar su dolor, se desmayó en el piso del baño. Murió unos minutos más tarde.
Ese día, en una localidad cercana, Adam Janus, de 27 años, tomó dos pastillas del mismo medicamento, ya que no se había levantado bien y tenía que ir a trabajar. Sin embargo, de un momento a otro se desmayó y empezó a tener convulsiones. Una vez que lo trasladaron a un hospital, murió a pesar del esfuerzo de los médicos.
Luego de la conmoción por la muerte del joven, su familia se reunió en la casa. Esa tarde, Stanley Janus, el hermano de Adam, y su esposa, Theresa, tenían dolor de cabeza, así que tomaron una dosis de Tylenol cada uno. Pocos segundos después, se descompensaron y empezaron a convulsionar.
En los días siguientes, otras tres muertes ocurrieron en misteriosas circunstancias: Mary Reiner, de 27 años, Mary MacFarland, de 31 años, y Paula Prince, de 35 años, fueron las víctimas.
Luego de una inmediata investigación, las autoridades sanitarias descubrieron que las cápsulas de Tylenol habían sido manipuladas y que, en lugar del medicamento, les habían puesto cianuro.
Una pieza fundamental fue el testimonio de una enfermera llamada Helen Jensen, quien fue la persona que se dio cuenta de la conexión entre las víctimas y el consumo del analgésico.
Por este motivo, Johnson & Johnson hizo un retiro masivo del producto y se descartaron al menos 31 millones de frascos. La alerta de no consumir Tylenol se transmitió por televisión nacional, por las autoridades locales y hasta por los mismos vecinos, que se ofrecieron como voluntarios para informar a cada uno de los residentes de sus barrios.
Los sospechosos
En medio del caos y la desesperación, apareció un primer sospechoso. James William Lewis, un hombre de Nueva York que envió una carta a Johnson & Johnson en la que se atribuía la responsabilidad de los envenenamientos.
En el escrito, exigía un millón de dólares a cambio de detener los asesinatos. La policía logró rastrear las huellas digitales en el sobre y lo identificó. Sin embargo, al comprobar que Lewis no estaba en Chicago durante los asesinatos, lo descartaron como autor material.
A pesar de eso, la investigación siguió señalándolo como sospechoso. Fue condenado por intento de extorsión y pasó varios años en prisión. Si bien la pena era de 20 años en un principio, obtuvo la libertad condicional después de cumplir 13.
Incluso, mientras estuvo preso, ofreció su colaboración para esclarecer el caso. “Si fuera por la calle y su casa estuviera en llamas, no es mi problema, pero me detendría e intentaría ayudar”, aseguró en una entrevista con CNN en 1992.
Con el tiempo, tanto él como su esposa entregaron muestras de ADN y huellas digitales al FBI. Lewis siempre negó cualquier participación directa en los envenenamientos. Sin embargo, documentos del Departamento de Justicia sostienen que, pese a la falta de pruebas concluyentes para procesarlo, es el principal sospechoso.
Pero no fue el único bajo la lupa. También fue investigado Roger Arnold, un residente de Chicago que fue señalado por el dueño de un bar. Pero si bien más tarde quedó libre de toda sospecha, la exposición mediática lo llevó a sufrir una crisis nerviosa: en 1983, confundió a un hombre con la persona que lo había acusado y lo asesinó de un disparo.
Otra mujer, Laurie Dann, apareció en el radar de los investigadores luego de cometer una serie de asesinatos en 1988. Sufría trastornos mentales y, aunque fue considerada como posible autora, nunca hubo pruebas que la vincularan con las muertes provocadas por las cápsulas envenenadas.
Hoy, más de cuatro décadas después, el caso sigue abierto y los siete asesinatos siguen siendo un misterio sin resolver.
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