Espectáculos General
Ozzy Osbourne, un personaje legendario y lleno de excesos: satanismo, el murciélago mordido y su último deseo

A los 76 años, murió “El Príncipe de las Tinieblas”, fundador de Black Sabbath y uno de los pioneros del heavy metal. La historia de sus principales aventuras y descontroles.
La sangre del animal (la del murciélago) caía por el costado de la boca de Ozzy. La actuación se suspendió en ese momento. Lo tuvieron que llevar de urgencia al hospital y aplicarle la vacuna antirrábica. Con el tiempo Ozzy dijo que creyó que se trataba de una réplica, de un murciélago de plástico y que por eso le pegó un mordiscón.
En 2015 apareció un fan que con un testimonio (sin verificar) modificó esta historia. Mark Neal dijo que fue él quien llevó al murciélago esa noche y quién lo lanzó al escenario. Lo transportó desde su casa en una bolsa de plástico, en una Ziploc. Y, aclaró, que se le ocurrió ese mismo día al despertarse cuando descubrió a ese murciélago muerto en el patio de su casa. Por lo tanto, si lo que cuenta Neal fuera verdad, la historia sería diferente: Ozzy, al menos, no habría mordido un murciélago vivo.
Que no era vegano lo atestigua la recurrencia. En 1981, Ozzy tenía una reunión con los directivos más importantes de CBS. Iban a decidir cuáles serían sus siguientes pasos profesionales (y, suponemos, pedirle un poco más de moderación, de previsibilidad). Ozzy tenía preparada una sorpresa. Llevaba en sus bolsillos dos palomas, para soltarlas en el momento cumbre del encuentro para que enmarcaran la firma del contrato. Un poco de grandilocuencia y una metáfora algo obvia: discográfica y artista tendrían una relación pacífica. Pero la reunión fue tomando otro camino al deseado.
Ozzy gritó, algún directivo le respondió de la misma manera. El cantante, fuera de sí, manoteó una de las palomas de su bolsillo, la mostró y con furia, le arrancó la cabeza de un mordisco. Luego, la escupió sobre el pecho del directivo. Tiempo después, cuando le preguntaron si la historia era cierta, Ozzy respondió: “Ese día descubrí que las palomas, al menos su cabeza, tiene un sabor parecido al del Cointreau”.
Otra reunión que terminó mal fue con directivos de la misma discográfica pero de la filial alemana. Ozzy estaba en tan mal estado que mientras conversaban de números, giras y conferencias de prensa, se paró sobre la mesa de la sala y comenzó a sacarse la ropa. Alguien quiso interrumpir el strip tease pero Ozzy lo alejó de una patada en la cabeza mientras entonaba una marcha nazi. Luego bajó de un salto, besó en la boca a uno de los paralizados ejecutivos, sacó su miembro y orinó en la copa de vino de otro. Cuando le preguntaron sobre los incidentes, Osbourne dijo que no podía recordar nada de lo sucedido pero que todo sonaba verosímil.
La tragedia aérea que provocó la depresión de Ozzy
Otro incidente del principio de la década del ochenta terminó muy mal. Durante 1982 mientras estaba de gira con su banda, uno de los choferes del micro, la vestuarista Rachel Youngblood y el guitarrista Randy Rhoads, un gran talento, viajaban en un pequeño avión siguiendo al resto de la banda. Cuando el piloto vio el micro con sus compañeros en medio de la ruta decidió asustarlos y sobrevoló a muy baja altura sobre ellos. Desde las ventanillas del ómnibus le hacían gestos soeces y le lanzaban cosas. Pero los cálculos fallaron y el riesgo potencial de la broma se transformó en tragedia. Una de las alas del avión impactó contra el micro, la aeronave perdió el control y se estrelló contra el jardín de una mansión cercana. Sus tres tripulantes murieron. El episodio sumió a Ozzy en la depresión pero en lugar de alertarlo sobre la vida que estaba llevando, profundizó su inmersión en los excesos.
Motley Crüe fue una banda famosa en los ochenta más que por sus hits por sus videos de chicas semidesnudas (y las historias de esas filmaciones), sus giras lujuriosas y sus excesos. Tanto es así que un libro llamado The Dirt se convirtió en un best seller y fue adaptado por una plataforma se centra en los pormenores de sus desbordes. Los Motley Crüe no se sorprendían de nada, excepto de Ozzy y su falta de límites. En 1984 compartieron gira. En medio de la carretera, Osbourne había esnifado toda la cocaína existente en cada uno de los micros de la caravana. Bajaron a estirar las piernas y Ozzy buscaba algo más para meterse en su nariz. Alguien lo desafió a que se esnifara una fila de hormigas que trabajaba sobre el asfalto. A Ozzy, que ese día llevaba puesto un largo vestido, le pareció una gran idea. Se inclinó sobre la ruta caliente, dejó su cola desnuda al aire, apoyó una pajita en el asfalto, apuntó a la hormiga que encabezaba la fila y aspiró con fuerza. Todas las hormigas desaparecieron en su nariz.
Hay otra historia que protagonizó vestido de mujer y también es de los años ochenta. Ya estaba casado con Sharon. Ese día había tomado demasiado alcohol y se había metido demasiada cocaína en el cuerpo: un día como cualquier otro. Su esposa no sabía cómo detenerlo. Tuvo una ocurrencia: le escondió toda la ropa. Parecía una buena idea. Pero esa no era causal suficiente para detener al incontenible Ozzy, que fue al placard de Sharon, agarró el vestido más amplio que encontró y se lo puso. Luego salió a caminar, a buscar más sustancias. Llegó hasta el Monumento Nacional de El Álamo, que recuerda la batalla del mismo nombre. No se detuvo ante las advertencias y merodeó por el lugar. Luego sintió ganas de orinar, no aguantaba más. Fue contra la pared más cercana e hizo sus necesidades. Cuando giró ya con la vejiga aliviada, tres policías lo detuvieron. Había hecho pis contra el memorial, contra el cenotafio que recordaba y consignaba a los caídos en la batalla. Pasó unas horas en un calabozo y un juez le fijó una multa de más de 11.000 dólares.
Alcohol en cantidades industriales, marihuana, muchísima cocaína, heroína, LSD, anfetaminas, opioides, analgésicos fortísimos, Rohypnol y varias sustancias más. Tal vez sería más fácil y más breve enumerar aquellas a las cuales no fue adicto, de las que no abusó.
Durante un viaje en avión, Ozzy había logrado pasar varios gramos de cocaína en su media (en los setenta la seguridad aeroportuaria no era demasiado estricta). A mitad del vuelo fue al baño a consumir. Aspiró un poco y mientras volvía a guardar en la media el resto, la paranoia lo invadió. Se convenció de que cuando bajara sería arrestado, de que no existía la menor posibilidad de franquear los controles, de que hasta, tal vez, la policía estaría esperándolo en la pista, al pie del avión. Otro hubiera solucionado el problema lanzando la bolsa al inodoro. Pero Ozzy se oponía a desperdiciar tanta cocaína de buena calidad. Salió del baño y les ofreció a todos los que estaban en la nave. Desde pasajeros hasta azafatas terminaron consumiendo con el célebre rockero.
Cuando a fines de los años setenta Black Sabbath lo despidió, todos sus miembros se encontraban sumergidos, naufragando, en sus excesos. Pero el resto reconoció que la situación de Ozzy era la peor de todas, hacía inviable la continuidad de la banda. Las peleas con Tony Iommi eran épicas. Alguna vez el guitarrista lo derribó tirándole una mesa en el medio del pecho y para rematarlo lo puso knock out con un cross a la mandíbula.
Ozzy solía decir que el problema era que su cabeza creía que su cuerpo seguía teniendo 21 años. Los límites nunca fueron su fuerte. “Uno es demasiado pero diez son pocos”, dijo hablando sobre su consumo desaforado.
Osbourne reconoció que a esta altura del partido no estaría vivo si no fuera por Sharon, su esposa. Cuando estaba embarazada de Kelly, la segunda hija, Sharon confrontó a su marido. Si no se internaba en un centro de rehabilitación, ella y los hijos lo dejarían. Ozzy le pidió esperar al parto. Al día siguiente de que Sharon diera luz a Kelly, Ozzy se internó.
La sobriedad duró un tiempo pero ni siquiera llegó hasta el fin de la década. En 1989, Ozzy persiguió a Sharon por la casa, la empujó contra una pared y la tomó del cuello y comenzó a apretar en un intento de ahorcamiento. El esfuerzo y su pésimo estado lo hicieron desvanecerse. Cuando despertó estaba en una celda londinense. No se sorprendió, ya había estado ahí varias veces. La resaca lo aplastaba. Cuando se acercó a un guardia, Ozzy preguntó por qué lo habían detenido. El guardia llamó a su superior que comenzó a leer un papel que llevaba en su mano. Le hizo conocer sus derechos y también en qué consistía la acusación formal. Estaba imputado por intento de homicidio contra Sharon, su esposa. Ozzy, como no recordaba nada, al principio pensó que se trataba de una broma. Pero no. Era la desesperante realidad. Sharon levantó los cargos con la condición de que Ozzy volviera a rehabilitación durante 6 meses. Tiempo después se reconciliaron.
Las acusaciones de santanismo y la torta con hachís que intoxicó a un sacerdote anglicano
Osbourne fue acusado también de satanismo. Escribió una canción en homenaje a Aleister Crowley, posiblemente el oscurantista más célebre y venerado dentro del mundo del rock, y en la tapa de uno de sus primeros discos solistas colocó una cruz invertida. Él siempre negó las acusaciones. Explicó que se trataba de una puesta en escena, de parte de la dramaturgia del heavy metal.
Pero no todos lo entendieron. A principios de los setenta y en el pico del éxito de Black Sabbath, un grupo de satanistas se instaló frente al hotel en el que se hospedaba la banda para rendirle homenaje a Ozzy y para realizar sus ritos satánicos en el lugar con la esperanza de que el cantante se sumara a ellos.
Desde hace varias décadas tanto Ozzy como Sharon se convirtieron en activos miembros de una iglesia anglicana, la Iglesia de Inglaterra. Ozzy aclara que desde hace años realiza una oración segundos antes de salir a escena. Eso no impidió que una tarde, al recibir la visita de uno de los sacerdotes de la iglesia, Ozzy lo agasajara con su mejor té y con una torta que su esposa sacó de la heladera. Lo que Ozzy no recordó fue que la torta venía cargada con una gran cantidad de hachís. El religioso comió dos porciones abundantes y elogió el sabor de la torta justo antes de perder el conocimiento. El matrimonio Osbourne tuvo que llevarlo hasta su domicilio. El pobre hombre tardó tres días en reponerse.
Sus hijos no solo se convirtieron en celebridades gracias al exitoso reality show que se exhibió en el nuevo milenio por MTV. Ellos también afrontaron problemas severos de adicciones.
La salud de Ozzy estaba maltrecha desde hacía muchos años. Un accidente con una moto en 2003 lo dejó con varias secuelas. Vértebras y costillas rotas que afectaron su movilidad hasta llevarlo a estar postrado y atravesado por el dolor los últimos años de sus vida. Se sometió a más de cinco cirugías para recuperar funcionalidad y para paliar el dolor pero ninguna funcionó del todo. A eso había que agregarle el diagnóstico de un parkinson prematuro con el que convivió durante casi dos décadas.
Un año atrás había dicho que estaba contento pese a los dolores. Había tenido una gran vida, había disfrutado, era querido. Pero tenía un último pedido para hacer, un último deseo: quería subirse una vez más al escenario. Y lo logró: el 5 de julio logró despedirse junto a Black Sabbath y una veintena de artistas que fueron influidos por su música, por su actitud.
En una reciente entrevista con la Rolling Stone británica, Ozzy Osbourne declaró que sabía que no le quedaba demasiado tiempo para vivir. Pero que ya lo había hecho y que no había estado nada mal: “¿Cuánto quieren que viva? Aparte, no se olviden, que ya me tendría que haber muerto diez veces”.
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