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El murmullo se hizo oración y el rezo, lágrimas: la despedida al papa Francisco en la Catedral de Buenos Aires
Cientos de fieles de todas las edades se acercaron a dar su último adiós al padre espiritual que caminó entre las multitudes con la humildad de los grandes.

Una mujer mira el techo como si fuera el mismísimo cielo y murmura una y otra vez una sola palabra: “Gracias”. A su lado, dos chicas de 14 años con sus uniformes de scouts se abrazan fuerte. Ya cerca del altar, una pareja se arrodilla; lucen la camiseta de la Selección argentina. Todos están llorando la muerte del papa Francisco. Y como no podía ser de otra manera, la Catedral de Buenos Aires se colmó de lágrimas.
Fieles de todas las edades se acercaron en la tarde del martes a la emblemática sede para despedir, en una ceremonia interreligiosa, al hombre que llegó al Vaticano desde el fin del mundo para rezar por los rotos, los abandonados y los sufrientes. Entre recuerdos, creencias y anécdotas personales, miles de personas honraron al sumo pontífice como un guía espiritual cercano y humano, que tenía una habilidad sublime: la de tender puentes.
“Es fuerte, cuesta hablar”, dice Valeria mientras se quita las lágrimas y aprieta la mano de su papá, visiblemente enfermo. Vinieron juntos a la emblemática iglesia para despedir a Francisco, el hombre que —según cuenta ella— marcó su vida de una forma muy especial: “Yo nací el 13 de marzo. Ese día de 2013 lo eligieron a Jorge Bergoglio como papa. Desde ese momento, mi número mágico es el 13″.
Para Valeria, Francisco no fue solo un papa: “Fue un guía. Lo seguí siempre. Él logró que la Iglesia fuéramos nosotros, las personas. Viajé sola a Italia y estuve en la Plaza San Pedro. Vi cómo él conectaba con todos: con los pobres, con los jubilados, con quienes más lo necesitaban. Abrió las puertas de la Iglesia también a otras religiones. Y hasta el final, siguió, siguió, siguió… Incluso nos saludó en Pascua. No quiso dejarnos nunca”.
“Entrá vos abuela”, dice un nene justo en la puerta de entrada a la Iglesia. Inmediatamente se sincera, casi con signos de pregunta: “Yo no sé si puedo entrar, no sé si creo…”.
Esa frase hizo que rápidamente su abuela Nelly le contara una historia a su nieto: “En abril de 2018, durante una visita pastoral a la parroquia de San Pablo de la Cruz, en el humilde barrio romano de Corviale, un nene llamado Emanuele se acercó al micrófono para hacerle una pregunta al papa. Sin embargo, al tomar la palabra, se quebró por completo y no pudo hablar. Entonces caminó hasta Francisco, quien lo recibió con un abrazo y le permitió susurrarle al oído eso que lo angustiaba”.
La pregunta del chico conmovió a todos: “Mi papá murió hace poco. Era ateo, pero bautizó a sus cuatro hijos. Era un hombre bueno. ¿Está en el cielo mi papá?”. Francisco le pidió permiso a Emanuele para compartir su consulta con la multitud. Luego de hacerlo, le respondió con la calidez que siempre lo caracterizó.
“Qué lindo que un hijo diga que su papá era bueno. Si ese hombre ha sido capaz de tener hijos así, es verdad que era un gran hombre”, dijo el papa. Y agregó: “Dios tiene un corazón de papá. Dios seguramente estaba orgulloso de tu papá, porque es muy fácil que siendo creyente se bautice a los hijos. Pero no lo es tanto si uno no es creyente, y seguramente esto a Dios le gustó mucho”.
Una vez dentro de la Catedral, la mujer le contó a su nieto que ese momento es recordado como uno de los gestos más puros de cercanía, ternura y empatía de Francisco, un pastor que siempre supo ponerse en el lugar del otro, incluso en el de un nene desconsolado que solo quería saber si su padre —aun sin ser creyente— podía estar en el cielo.
A pocos metros de esa abuela que acaba de darle una enseñanza de vida a su nieto, Juan Carlos y María Laura, una pareja de Córdoba, recuerdan con emoción la vez que conocieron a Jorge Bergoglio, antes de que fuera papa. “Nos casamos en una iglesia amiga suya. Un día, en una fiesta católica, él estaba ahí. Le pedimos que rezara por una amiga enferma. Anotó en su agenda de cuero negra nombres, apellidos, todo”.
“Meses después volvimos a cruzarnos y nos saludó por nuestros nombres. No podíamos creerlo. ¿Cómo se acordaba?”, se pregunta Juan Carlos, todavía asombrado. “Y también preguntó por nuestra amiga. Cuando le dijimos que había fallecido, nos miró y dijo: ‘Qué picardía, no se la pude robar. Seguro Dios la quiso a su lado’”.
Para ellos, esa capacidad de mirar a los ojos, de hacer memoria del otro, era lo que lo hacía distinto a Francisco. “Eramos solo dos personas, ni siquiera muy creyentes. Pero él se acordaba de nosotros”, expresó María Laura.
Francisco fue un papa que asumió con lucidez las tensiones de su época. No pretendió ignorarlas ni maquillarlas, sino que se propuso intervenir desde su lugar. Su apuesta por volver a conectar la fe con el dolor concreto del mundo se convirtió en su legado. Supo hacer de la palabra papal un acto político, no en el sentido partidario sino en su capacidad de interpelar, movilizar y poner en el centro de la escena a los invisibilizados.
Lo hizo desde gestos —como vivir en la residencia Santa Marta y no en los aposentos pontificios—, y también desde grandes cartas y discursos.
“El papa habló de feminismo, aunque sin avanzar en cambios doctrinales de fondo sobre el rol de las mujeres, reconoció a las personas LGBTIQ como hijas de Dios. Por primera vez, alguien nos hizo lugar”, dijo Luciana entre lágrimas, que secó con el característico pañuelo de muchos colores.
También los más chicos dijeron presente. El grupo Scout “Papa Francisco”, del barrio María Angélica de Vera, se acercó en silencio, con pañuelos en el cuello y lágrimas en los ojos. Tienen 14 años y, aunque nacieron después de que Jorge Bergoglio asumiera como papa, sienten que crearon un lazo con su figura. “Él nos enseñó a reunirnos, a mirar al otro, a rezar por el mundo”, dijo uno de ellos antes de que una foto grupal los retrate al pie de las escaleras de la Catedral.
La misa, entre velas, rezos y un “Padre nuestro” murmurado al unísono, cerró con un pedido que Francisco supo hacer hasta el último día: “Recen por mí”.
Francisco logró encantar a una sociedad marcada por la desafiliación religiosa. Abrazó a las periferias geográficas y pastorales y bregó por los más débiles. En un mundo girado a la derecha, la voz del papa argentino gritó los peligros de la deriva autoritaria, reivindicó derechos universales y se convirtió en el principal embajador del diálogo.
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