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Clementina, la primera computadora científica del país, cumple 61 años

Comenzó a funcionar un 15 de mayo de 1961 en la UBA y fue parte de un proyecto innovador que apuntaba al desarrollo científico-tecnológico del país. Investigadores reconstruyen su historia y celebran el recuerdo de una máquina que se erigió en paralelo a la creación del Instituto de Cálculo y la carrera de “Computador Científico”, la primera en su tipo en la región.

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“Uno de los motivos por los cuales se decidieron por una computadora inglesa fue porque la Ferranti enviaba técnicos ingleses a colaborar en la puesta en marcha de la máquina, pero dejaban todo el ‘know how’ (los conocimientos técnicos) en manos de los ingenieros argentinos, quienes después lograron innovar en equipos periféricos al tener ese saber”, contó a Télam Raúl Carnota, magíster en Epistemología e Historia de la Ciencia e investigador en historia de la informática.
La matemática Cecilia Berdichevsky, nacida en Polonia y nacionalizada argentina, fue la primera programadora de Clementina, tras capacitarse con la programadora inglesa Cicely Popplewell, que trabajó con Alan Turing, y con el matemático español Ernesto García Camarero.

Sin teclado ni monitor, cómo funcionaba Clementina

Si pensamos a Clementina en relación con una PC actual, “hay una parte que se mantiene y es la arquitectura interna conformada por ejemplo, por un procesador central, memoria, input, output, almacenamiento. Pero sí hay una diferencia abismal en cómo se constituyen esos elementos”, explicó Carnota. Y también es abismal la diferencia en su aspecto.

La computadora pesaba 500 kg y medía 18 metros de largo, con sus 20 gabinetes, funcionaba a válvula y requería de un gran equipo de refrigeración. Se demoraba alrededor de dos horas para arrancar y sin teclado, mouse ni monitor, su forma para ingresar u obtener datos era a través de cintas de papel perforado.

“Era una tira de papel resistente de tres centímetros que tenía varios canales representados en líneas, sobre los cuales se podían perforar posiciones (o no-perforaciones). Esa cinta iba siendo leída por un artilugio que estaba en la entrada de la computadora, que era como si se iba comiendo a la cinta como un fideo, y a medida que iba leyendo esas filas de cinco posiciones las iba interpretando”, detalló el investigador.

También, contó, “había una posibilidad de comandar y de introducir una serie de parámetros a través de un tablero, que no era una pantalla visual. Era como un panel de llavecitas, alrededor de 30, que se podían combinar y constituían una forma de comandar con mayor detalle lo que hacía la computadora”.

Llegó a contar “con cuatro tambores magnéticos (sus ‘discos’ de 20K cada uno) con una cabeza que leía o grababa posiciones, parecido a los discos de vinilo y su púa. Algo más rústico de lo que después fueron los lectores ópticos”, completó.

A Clementina se la usó para distintos proyectos científicos y tecnológicos, en muchos casos para empresas estatales: estimaciones de distribución de combustibles para YPF,  análisis de datos de radiación cósmica para el Departamento de Física de la UBA, y para realizar modelos econométricos, entre otras aplicaciones.

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