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¿Los alimentos son bienes culturales? Un debate que atraviesa prácticas y patrimonios
La reciente mención por parte del ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, Julián Domínguez, sobre la pertenencia de la carne, el trigo y el maíz al rango de “bien cultural”, abrió la discusión sobre los parámetros que deben cumplir para ser considerados como tales.

En un mundo en crisis medioambiental y alimentaria con dificultades para el acceso de los alimentos básicos dominado por la lógica del mercado, ¿son los alimentos bienes culturales, parte de la identidad social e incluso patrimonio vivo?, interrogante que atraviesa algunos de los debates que tienen lugar actualmente a partir de iniciativas recientes que buscan instalar como parte del patrimonio cultural a algunos componentes de la gastronomía, como la fiesta de la vendimia, que por su pregnancia social y colectiva se constituyen en expresiones de los modos de habitar y pensar en la sociedad.
El uso del término “bien cultural” para los alimentos como la carne, el trigo y el maíz planteado durante la presentación de la ley que crea el Régimen de Fomento al Desarrollo Agroindustrial -en Casa de Gobierno-, por el flamante ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, Julián Domínguez, se instaló como parte del debate.
“La producción agropecuaria es una parte indisoluble de nuestra identidad nacional. El trigo, el maíz y la carne son considerados bienes culturales argentinos y están en el centro de nuestras tradiciones”, manifestó Domínguez a fines de septiembre y en esos días, en un programa televisivo, volvió a afirmar: “No hay ningún país del mundo que un bien cultural tenga disponibilidad para que el mercado lo maneje” y “es importante entender que el consumo de los argentinos es un bien superior”.
El arte de los “pizzaioli” napolitanos como práctica culinaria, la gastronomía mediterránea o la francesa como patrimonio inmaterial inscriptos en la lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, son ejemplos del relevante lugar que algunos países le asignan a sus bienes culinarios.
Pero en este listado también están tejidos, fabricación de cerámicas o gotas de vidrio, apicultura tradicional en árboles, el arte de la relojería, la poesía oral como el pantun, la cultura del sauna finlandés, el yoga, así como el conocimiento y práctica de músicas ancestrales, el alpinismo o arte de escalar cumbres, las parrandas en Cuba o la carrera de dromedarios de los beduinos, que son parte del numeroso listado de la entidad internacional.
En ella, la Argentina tiene inscriptos el tango que comparte con Uruguay (2009), el filete porteño de Buenos Aires (2015) y el Chamamé en 2020, y desde Mendoza se promueve sumar a la Fiesta Nacional de la Vendimia.
“La alimentación está teniendo bastante trascendencia en relación al patrimonio inmaterial”, explicó la antropóloga Mónica Lacarrieu a Télam y destaca que esta tendencia se refleja en los distintos eventos académicos en los que se considera la cultura y el agro vinculadas al patrimonio inmaterial. “Cada vez más hay una intención de poner en juego esos procesos vinculados a la tierra, a la producción, porque el patrimonio inmaterial contribuiría inclusive a resolver problemas sociales, naturales, de medio ambiente, bienestar, y desarrollo sustentable, inclusive”.
“Por ejemplo en México hubo durante muchos años interés de introducir en las listas de Unesco la comida mexicana, y no se conseguía resolverlo porque la comida mexicana es amplia, diversa, regional, y no todo el mundo come lo mismo. Al final se resolvió legitimando a las cocineras de Michoacán”, recordó la especialista, quien apuntó que en los primeros años posteriores a la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de 2003 se inscribió en Unesco la dieta mediterránea que involucró a varios países.
Sin embargo, sostiene que hay una revisión de estas presentaciones “porque es imposible pensar los elementos sin los sujetos, grupos sociales que se encuentran vinculados con esos recursos naturales y alimenticios”.
Volviendo a lo local, en el caso del maíz y el trigo, indicó que son recursos alimenticios, productivos, naturales y sociales, que tienen que ver con la alimentación poblacional: “Todo elemento, toda manifestación o expresión vinculada al patrimonio en general, pero al patrimonio inmaterial en particular, tiene que ver con la identidad. Cuando se legítima algún tipo de manifestación es porque los grupos sociales tienen vigente y se sienten identificados, y por eso le dan continuidad. Se sienten identificados con esa expresión cultural, a partir de la cual se validan, representan y autodefinen”.
Por lo tanto, la cuestión de si la carne, el trigo y el maíz pueden ser validadas “en términos de parte constitutiva de nuestra identidad” en su opinión “podrían serlo, pero no los tomaría como bien cultural, porque es caer en la visión cosificada y objetivista o productivista del producto sin pensar en los procesos. El maíz es un recurso natural y alimenticio y social de buena parte de las sociedades latinoamericanas”.
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